lunes, 1 de enero de 2018

The End Of The Fucking World. Primera temporada.

No está mal un poco de aire fresco de vez en cuando en la televisión. No está mal escuchar a un tipo de instituto que es un psicópata y que aparezcan animales muertos. Está bien la sinceridad. Está bien. Está bien que se desmarquen de los arquetipos. Que todo deje de ser parecido de algo que nos suena a música común. O a Música de mierda. Por eso y por mucho más está bien la primera temporada de The End Of The Fucking World. Está bien materializar sueños en imágenes, sangre sobre el parqué, tacos en el restaurante, pensamientos sobre una mano que de pequeña entró en una freidora, cartas de felicitación de un padre ausente desde los 8 años, camisetas similares lustro tras lustro. O tal vez, no. Convertirse en algo, hacer(se) preguntas, joder la marrana. Cocinar o diabetizar. Beber en casas ajenas, huir, escuchar música, hacer dedo, pensar en voz interior, creer en voces ajenas cuando solo crees en la tuya. Dar órdenes. Y siempre hay una foto que distrae. Joder. ¿De verdad que el mundo es jodidamente sombrío? Dependerá del sol, de la latitu y de si Magallanes no es una de tus obsesiones. O Elcano. O Topher. ¿Diminutivos de Cristóbal? Y atacar, y quemar, y pensar, y olvidar. Y muchas griegas sin latina. Sangrar, limpiar, olvidar, deshacer, lejializar. ¿Por qué copiamos lo que hace la gente en la tele? Ya lo decía el hombre de la camisa verde, que matar es difícil. ¿Seguro que en silencio es difícil olvidar cosas? Yo prefiero olvidar. Siempre. Siempre hay que correr cuando alguien que no conoces de pide tu nombre completo. Huir. Normal que algunas odien ser chicas en este mundo de perros de mierda. ¿Estamos tensos en mitad del ayuno? Y siempre hay que dar la mano con la correcta diestra. Pero todo se va a la mierda antes o después porque todo es mentira. Siempre. Y punto.