jueves, 1 de diciembre de 2016

Flowers. Primera temporada

Vaya familia los Flowers. De traca. Otra de Channel 4 para disfrutar. Entre el disparate y la desesperación, entre suicidios frustrados y muertes hospitalarias, entre desastres cotidianos y amores (re)convertidos. La palabra excéntrica se queda corta. Demasiado corta. La locura cotidiana hecha serie de televisión. Pandilla de raros con genes compartidos; vecinos aún más peculiares; extravagancias en capítulos de media hora. Los Flowers tienen una brújula distinta a la nuestra. Deportes distintos y ligas distintas. En este ejercicio extraño, la primera temporada de Flowers pasa de la carcajada cruel a momentos tétricos de vergüenza ajena. De mucha vergüenza. Extraños momentos de personajes manifiestamente hilarantes. Menudo circo. Y en esta barricada de locura, los ingleses se llevan la palma. Aldabonazos de sarcasmo. Las mejores obras se construyen con albañiles raros. Los mejores libros tienen detrás de la pluma a geniecillos locos, a artífices de manicomio, a esclavos del siglo XXI que no saben que una máquina está fuera de servicio. Pero el manicomio se vuelve sueño sergioalgoriano, se vuelve una daliniana fascinación por lo extraño. Lo efímero de nuestra existencia nos lleva a tomar decisiones equivocadas, (mal)entendidas, encierros en nosotros mismos, suicidios, rayos, huidas hacia ninguna parte. Gran reflexión para momentos en los que el cansancio. Como dice DAJ, "nos creemos que olemos mejor de lo que olemos". Pensamos que todo es colonia, pero realmente es vómito, es sangre tragada en una cama que gira en mitad de la noche. Siempre hay un recuerdo, una ilustración, un viaje por el que vivir. O tal vez, no. La primera temporada de Flowers da mucho que pensar. Afortunadamente, pensar nos mete en líos. Y todos los demás, también.