lunes, 19 de diciembre de 2016

Enemigo público. Primera temporada.

Bélgica. Bélgica y sus bosques, y sus colgados, y sus policías, y sus cervezas, y sus abadías, y sus dibujos, y sus peculiaridades. Últimamente, con Bruselas y sus atentados y sus telones (con y sin fondo, y sus singulares leyes) parece que solo hablamos de Bélgica para mal. Y sin citar al Duque de Alba, que viene por las noches... A lo que iba, sin Montoro, que ya se encarga él de el otro IVA. Hoy toca hablar bien, muy bien, de Bélgica. De una de sus series: Enemigo público. Tiene una primera temporada digna de alabar: todo tiene un pasado, todo una explicación, todo un mal intrínseco, nada es azaroso, toda imagen tiene su explicación, todo asesinato una motivación, todo suicidio un dolor. Tiempos lineales para universos llenos de horror. Puntos suspensivos que se completan dramáticamente. Relaciones familiares que se fueron al garete, dramas de enfermedades que vienen para quedar(se). Papeles sin terminar. Incógnitas al por mayor. Carpinterías que limpiar. Herencias que no se pueden disfrutar. Discos que escuchar con una copa en la mano. Tumores que no pueden ser extirpados. Le buscamos explicaciones raras a sucesos que tienen causas mucho más sencillas. Amor, desamor, dinero, fraternidad, odio, pesadillas, invierno en los huesos. Y capítulos donde se empieza a entender todo. O casi todo. Y no andar, no vaya a ser que se joda el asunto a peor. La mejor sinopsis de la serie la hace Lorenzo Mejino en su blog. Nada más que añadir de esta primera temporada de Enemigo público.