viernes, 5 de agosto de 2016

Feed the Beast. Primera temporada

La tradición soprana de mezclar mafia con humor ha tenido distintos hijos: bastardos, urracas, cuervos, cucharachas, mariposas sin luciérnagas ni Lori Meyers, orcas de distinto peso y alguna que otra joya. En una situación intermedia hay que situar la primera temporada de Feed the Beast. La sombra de Tony Soprano es alargada y gruesa. Muy alargada y muy gruesa. El glaucoma del crítico televisivo es cruel con la distinta fauna postsoprana. Todo es borroso. Todo es mentira. Todo es una gran patraña explicada por una gorda ansiosa después de estar dos días sin comer atada en una cama con una diarrea verde causada por una ensalada de las que nunca comía Gandolfini. En esas estamos y en los tópicos caemos. El infierno está lleno de buenas intenciones, diría un buen solucionador de problemas a la hora de llegar a los muchos caracteres de su crítica por la que ahora, aproximadamente, cobraría 10 euros en este país de mierda. O debería haber escrito con mucha suerte cobraría 10 euros. Ahora es gratis todo. Incluso hacer series con mafiosos, chefs cocainómanos que salen de la cárcel con muchas deudas, abogadas resentidas, latinas que pretenden convertirse en sucesoras de la latina de Modern Family, abuelos leucémicos, viudos con dudas y con mal vino, niños que no hablan desde la traumática muerte de su madre y un montón de relleno. Como cantan Los Acusicas refiriéndose a canciones concretas, solo somos útiles de relleno. Y yo soy más de cordero. De mucho cordero. El pulpo está sobrevalorado. Demasiado sobrevalorado. Y si lleva azúcar en dosis demasiado hirientes, peor. Todo el mundo dice que tiene su corazoncito (lo pongo en duda después de conocer a padres de niños de la ESO desde 2005). Hay patatas (emocionales) que nunca han latido en su puta vida. Y, la verdad, yo soy más de José Andrés y de Hannibal. Mucho más. No soy de paladar fino. Viva el embutido, el chorizo como si no hubiera Olimpiadas en 2016, como si el zika fuese un sueño del cantante de una mala versión de Aguas de Março (y matarlo después de escuchar a Carlos Berlanga y Ana Belén). Pero en fin, la balanza, las drogas mezcladas con harina, es lo que tienen. Te toca el talco y estás perdido, los riñones dejan de funcionar y en dos días te mueres en un puto hospital al que no van a verte ni tus padres. Y todo lo demás, también.