miércoles, 20 de abril de 2016

Better Call Saul. Segunda temporada

Hace un año y diez días me refería por aquí a la primera temporada de Better Call Saul. Y sigo con la misma sensación: es un Saul de serie B. Pero creo que nosotros, todos nosotros, hemos sido serie B, o, incluso en primera personal masculino singular puedo decir que en mi caso fue serie Z (y ahí sigo según mis satélites). Alguien me dijo alguna vez, no recuerdo bien si fue el hombre de la camisa verde cuando cantaba cual Sergio Algora sus preciosas pesadillas lourdianas, que nuestra serie B se puede resumir en cinco fotos de un álbum de hace veinte años: las pintas, las camisas, las zapatillas, los pantalones, los ademanes, los chascarrillos, las camisetas de Depeche Mode y todo lo demás. Algo parecido ocurre con Saul y los lunáticos: está el hijoputismo latente, pero es un hijoputismo de serie B; está el (mal)pensamiento, pero hay veces que es un (mal)pensamiento que roza la serie B, como mis pantalones del álbum verde de cuando era ya un pequeño cabrón. O tal vez no: sabemos que antes o después tendrá los 48 móviles en su cajón del escritorio donde despacha y atiende al pirata de turno, pero de momento lo vemos atender a tipos con problemas y a abuelos que han sido robados vilmente en la residencia de ancianos. Y en mitad del seriebeísmo, nos apetece esta copa pero no disfrutamos completamente de ella, la copa hay veces que se transforma en cáliz y nos vemos dentro de nada con Cristo como buenos ladrones que fuimos, porque realmente pensamos en Breaking Bad y esto no es Breaking Bad. No es lo mismo el primer gintonic que el número 1548. O tal vez, sí. Queremos probar algo nuevo, pero con sabor añejo, y, por ello, ante la oferta milenaria de series volvemos a Saul, esperando que historias metanfetamínicas vuelvan a nosotros. Pero no vuelven, joder, no vuelven. Querríamos estar desmemoriados, como canta The New Raemon pero no siempre lo estamos. Y como Dimas, como buen ladrón, nos encontramos con el cáliz, con la cruz y con el Calvario. Incluso con mayúsuculas, pero no vemos a centuriones arrepentidos, no vemos a Marías sino a abogadas con pretensiones y a abuelos que hacen cualquier cosa por su nieta. Y todo lo demás, aunque suene a sucedáneo para pasar diez ratos.

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