martes, 29 de marzo de 2016

Los idiotas prefieren la montaña

Con Sergio Algora me pasa lo que me pasaba con Carlos Berlanga: solo conozco una de sus múltiples facetas, la de La Costa Brava, como de Berlanga no recuerdo mucho de sus discos en solitario. No lo hemos disfrutado lo suficiente. Recuerdo que cuando leí No tengo el placer, el regusto fue amargo. Muy amargo. Y me fastidia, y me jode mucho cuando de madrugada, lo cojo y lo vuelvo a leer. Aunque no me guste, lo hago. Y no sé el motivo, como tantas otras cosas. Y el tiempo pasa, pero los recuerdos están ahí. Siempre. Y hoy, en vez de estar borracho a las 12 de la mañana en el Bando de la Huerta, me he leído en las estación de autobuses a las ocho de la mañana y en el trayecto a Cartagena Los idiotas prefieren la montaña de Aloma Rodríguez. La escuché hablando en 180 grados y fue visualizar recuerdos. Sé que eso de visualizar recuerdos suena fatal, pero es verdad. Visualizar recuerdos, repetir himnos, repetir canciones, repetir lecturas de párrafos que deberían estar subrayados pero no lo están. Hace un par de semanas, en El Sur Bar, el amigo Jesús pidio Mr. Camping, canción que yo no había escuchado en la vida. A estas alturas de la película. Y Aloma empieza el libro recordando aquel día en el que se despertó tarde. Al igual que la novia de Sergio Algora, esa semana yo también estaba de oposiciones y Lali, y todo aquel castillo que ahora es ruinas. Y aunque tengamos que jurar por los muertos, hay que hacerlo. Y visualizando recuerdos, aquella semana fue una montaña, y yo no duermo aunque no coja el teléfono cuando suena. Yo si tengo manías con la puntualidad, y no soporto el polvo en las estanterías. Y tantas otras cosas. Y no he estado en Zaragoza ni bebido Ámbar aunque la amiga Sonia lo recomienda. Y Aloma habla de estar solo en casa y llorar, como todos. Dos veces he visto intentar reanimar a personas después de un infarto: a mi vecina Rosario, un sábado después de viernes de Dolores y el sábado 19 de noviembre de 2011 con mi madrina Gracia, y con ella estuvieron 14 minutos intentando lo imposible y con mi primo diciéndole disparates al equipo de urgencias. Yo llevo tiempo sin utilizar la expresión "muy chulo" y "muy chula", pero esas dos palabras son mágicas: resumen muchas cosas esas ocho letras. Aloma me hace recordar los tiempos del CAP, y me hace recordar a mujeres policías. Joder, otra vez visualizando recuerdos. Mi vecina Rosario también tenía los ojos abiertos cuando la encontré en el suelo. Esas cosas no se olvidan. Y los meses después a ciertas muertas, como bien dice Aloma, son un caos. No hay alivio posible. Aunque abusemos de la cerveza y la ginebra, el caos sigue ahí. Siempre. No he probado el dry martini con soda. Y la sed de champán es infinita. Siempre. No sé lo que hacen con nuestra sangre, y no sé si quiero saberlo. El domingo, mi vecina Lidia, se cortó y como también va hasta arriba de Sintrom, pues tuvo un momento de lucidez. Curioso, que no casual, que las casualidades no existen. Otra vez visualizando recuerdos. Yo tampoco he vuelto a la revisión de mi rinoplastia que me hicieron el 11 de mayo de 1994. Le dije a los médicos que me operaron que me hicieron una chapuza. De los médicos no te puedes fiar, en plan epitafio. Vi en el hospital, ocho días después, el 4 a 0 que le metió el Milan al Barcelona en la final de Champions en Atenas. Después del partido, me di un paseo por el pasillo y hable con otro hospitalizado, un terminal de cáncer de pulmón que disfrutó de la derrota blaugrana. En ese momento lo relativicé todo, como creo que hizo Sergio Algora al ver descender al Zaragoza a segunda (otro día recordaré la promoción del Real Murcia de Mesones contra el Real Zaragoza de Victor Fernández y la conversación en avión entre el portero pimentonero y su mujer y el maestro Ibarra). Otra vez el libro de Aloma me hace visualizar recuerdos. En mi pueblo si vimos a una mujer corriendo desnuda asustada de su marido (vivía encima de la farmacia, y después de aquello dejaron la casa y se largaron). Hay cosas que pasan en todos los sitios. Y todos hemos cantado Getsemaní, antes y después de viernes santo, y hemos llevado túnicas en Semana Santa. Y siempre hay falsetes que hacen llorar. Y me apunto, para mayo, lo de celebrar cumplir años durante quince días. Ahora que los 39 están a la vuelta de la esquina habrá que dejar entrar a la niebla en nuestras casas, y escuchar borrachos a Vampire Weekend, y a La Casa Azul y Adriano Celentano. Y cada día me cuesta más elegir una canción, una sola canción de La Costa Brava, como también me pasa con Triángulo de Amor Bizarro. Me cuesta mucho, y me paso horas mirando el techo y escuchando canción tras canción y pensando si levantarme de la cama es una buena opción. Champán para todos y sed de Champán. Y Aloma otra vez haciendo recordar, en este caso a Félix Romeo. Al Amarillo de Félix Romeo, cuando hablaba de amores irremplazables. Me da miedo volver a leer Amarillo, de verdad. Y vuelvo a escuchar Natasha Kampush (Hazme una perdida) y cada vez me gusta más. Y volver a recordar Dibujos animados, y saber y perder, y saber y perder. Y hasta desayunar duele. Y mucho. Ayer, cuando esperaba que Carmen Bernal me diese el libro en Expo-Libro, lei las primeras páginas de la nueva novela de Menéndez Salmón, y a la altura del Puerto de la Cadena Aloma me recuerda Derrumbe, otro libro de los que duelen pero hay que leeer. Y también me hace recordar Aloma las peregrinaciones a Lourdes, que llenan las paredes de la residencia catastral. Y recordar El Club de la lucha porque "hasta la Mona Lisa envejece". Siempre envejece. Y viva el vino blanco. Y El Gran Masturbador de Dalí y los regalos de Leopoldo María Panero. Y otra vez visualizando recuerdos, como la Death Proof de Tarantino que sigo teniendo en un altar, ese homenaje a las mujeres. Y más recuerdos de Cocktail, y cada día las noches más largas y los días más cortos (¿o era al revés?). Y escuchar en el recreo, segmentando el ocio, Hazte camarera, y mezclar vodka y medicamentos varios. Y volver a cambiar los muebles de sitio. No sé si en esta vida de mierda que no llevamos, de estrés y rutina, todo es mentira. Quizás. Puede ser. Y cada vez que vuelves al cementerio, pensar. Otra vez. Y pensar en cómo será el entierro de ciertas personas de tu círculo cercano. O tu entierro. O tu velatorio. Y cómo siempre, cuando llego al tanatorio, decir eso de "no tengo palabras". No sé entre que libros de mi habitación de la residencia catastral dejaré Los idiotas prefieren la montaña. Y me preocupo por ello. Y todo lo demás.

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