miércoles, 15 de julio de 2015

Galveston

Me termino Galveston mientras solo leo malas críticas de los capítulos que se han visto de la segunda temporada de True Detective. Nada como los nuevos gurús de las series. Los más ácidos críticos de Nic Pizzolatto son los que en el 2014 eran sus más acérrimos seguidores. Vamos, que a todo el mundo le llega su caída del muro de Berlín, y su 1989, y se le caen los palos del sombrajo de su adorado comunismo. O de lo que queda de él. Con Galveston se pasa de un inicio esperanzador, con énfasis, como marca el canon de la buena novela a páginas y páginas de estancia playera en la que hay una larga espera. Si se diera un salto temporal en la vida de un político, vemos que mucho de lo que hay por el centro de su trayectoria, sobra. Algo así le ocurre a esta novela. Buenos diálogos, frases memorables y lapidarias pero que no te terminan de enganchar. Si adoramos la primera temporada de True Detective fue porque visualizamos a unos colgados que llevan adelante una investigación rara de cojones. Y lo hacen bien. En Galveston la historia tampoco es de azúcar: muerte, asesinatos, huídas, arena, cárcel, redención,adopción, monjas, cáncer y todo lo que puedas meter en la coctelera del día, esa coctelera en la que, en la mente de Pizzolatto, la Lone Star está por encima de todo. Y el infierno sigue estando lleno de buenas intenciones. Y todo lo demás.

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