viernes, 14 de marzo de 2014

Vertedero

En la historia de Diego, Javi, Lolo y los que mandan, como el Choco y el Flaco, desde el principio sabemos que todo se va la mierda (como siempre pasa, joder). Vertedero es una derrota por mucho que, a veces, la soberbia de la juventud de Manuel Barea la tapice con momentos más suaves. Es imposible enderezar la Torre de Pisa. Quizás, algún gurú de las dos punto cero se empeñe y lo consiga, pero en condiciones normales, no. Vertedero es derrota antes y después de la cárcel, antes y después de llamar a Vigilancia aduanera, antes y después del palo en Mercadona y La Caixa, antes y después de escuchar a Led Zeppelin en la radio sin diales alternativos, antes y después del bar de siempre y de toda la vida. ¿A quién no le gusta comer rábanos picantes? Sí tú eres uno de ellos, hazlo mirar. Vertedero es huelga y basara impenitente, indefinida, hasta el infinito, y, como escribe Barea, el sitio donde todo se origina. Todos, antes o después, tenemos nuestro Big Ban particular, nuestra peculiar carretera de Chipiona, nuestro coche robado y, que Dios nos salve de ir de la mano con alguien con los pasillos interminables de la embajada sueca con sedes mobiliarias en todos los rincones de la Tierra. Y las canciones de Generation X, y las de Flaming Lips (de la tortura a la felicidad) y los Clash y los White Stripes, y la droga en los muelles, y esas hormigas del vientre, y la bronca que arregla situaciones. Llegué a Vertedero a través de un tuit de Montero Glez, y con una frase me ganó para su séquito de por vida: "El tiempo, que para unos es un amigo y para otros un sucio bastardo". Ninguno de los miembros de la Escuela de los Annales lo hubiera dicho mejor. Y, recordar, después de muchos años, el VHS de Muerte entre las flores, y, sí, yo soy uno de los que tiene en su habitación un abanico de la Caja Rural. Y siempre hay personas que aspiran a ser cadáveres tempranos y queremos que Manuel Barea nos cuente sus historias. Y todo lo demás.

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