viernes, 29 de noviembre de 2013

Las pirañas

He de reconocer que, como buen enciclopedista del monocultivo, no tenía ni idea de la existencia de Las pirañas. Ni de Miguel Sánchez-Ostiz, no creo recordarlo en El Informe sobre la ley Agraria. Tampoco. He de reconocer que tuve conocimiento de ella a través de la entrevista de Jotdown Magazine al gran (bueno, ya no tan grande en el sentido físico pero si de espíritu) David de Jorge, al que a su vez vi durante algunas temporadas a través de la emisión por cable de ETB (creo que esta sigue abierta, de momento). Y la pintaba bien el tipo que llegó a pesar 267 kilogramos. Muy bien. He de reconocer que yo hasta hace una década no era de plato de cuchara, eso me ha venido con la edad, y esas primeras jornadas de nuestro hombre en Las pirañas son mucho de eso: de ir de bares por la vieja Iruña. El libro paso un tiempo en la habitación que ocupo (temporalmente, hasta que doña Isabel me de una patada en el culo con su frase "Esto no es un hotel") hasta que le volví a meter mano hace unos meses, después de hablar con Dori, una compañera que me acogía en su vehículo camino del antiguo trabajo en la villa alcohólica de Cehegín, que iba a pasar la Nochevieja en tierras de Pamplona. Y en esas que empiezo la lectura de Las pirañas y veo muchos personajes reconocibles. A distinta distancia y con distinta latitud y distinta longitud de Villa Desmadre, pero con parecidos razonables (unos muertos y otros vivos): el primo Juan Manuel, el hombre de la camisa verde y todo la tropa de los suburbios del nuevo reino valcarcil (aquí no hay Viejo Reyno ni nada que se le parezca). Y entre esos remilgos, y esas preguntas que aparecen ("¿A quién no le gustaría ser jabalí?"), la lectura de Las pirañas se hace por momentos imprescindible, por momentos desagradable, por momentos jocosa. Y me gusta que hubiera personas con nombre y apellidos que ilustraran con palabras a cada uno de nuestros personajes cotidianos: el concejal, el borrachin, los amigos del concejal, los amigos del borrachín, el secretario del partido de turno, los antiguos franquistas, los etarroides "preolímpicos y protoolímpicos", los holgazanes, los vividores, los holgazanes, los "maestros en el arte excelso de la vida". Y es cierto. ¿A quién no le gusta ponerse ciego? A lo que sea. A mí me encanta ponerme ciego a michirones, lo reconozco. Y le meto mano a las guindillas. Sí, da igual la burra, ande o no ande. Todo hasta la extenuación. Pero me gusta el contraste que hace Miguel Sánchez-Ostiz. Todos recordamos libros, o por lo menos los que los recordamos, en los que la farra es continua y no hay momentos de bajón. Aquí, "nuestro hombre" se pasa la novela con la persiana rota. Y la persiana no se arregla, y el salón es un estercolero y la cocina una pocilga. Y se me olvidaba un personajillo, típico en cualquier sociedad postfranquista: el gorrón, el subvencionado, el abrazaconcejales y abrazaalcaldes, el becado de por vida, el consumidor de plazas de aparcamiento de minusválidos. Y no solo en Houston, Tejas (pongo Tejas siempre con jota en recuerdo al profesor Andreo, otro grande que se fue al otro barrio sin el merecido reconocimiento, pero es que las universidades, dentro y fuera del reino valcarcil, son todas una casa de putas). A lo que iba. Quizás algunos piensen, tras la lectura de Las pirañas, que es el Evangelio de San Lucas en verso, y que el evangelio de San Lucas debería preceder a Los Hechos de los Apóstoles, también de San Lucas. Sólo tengo que decirles a esos una simple cosa: Y a mi qué!!! Me gusta tambíén las referencias, no muchas, pero concretas a esa gran metida de la historia de España, o del burdel que queda, que fue la transición. Menuda metida. Y eso en los noventas no lo escribía todo el mundo. Me gusta también como trata el tema de la purga. Pero de la purga no solo en el primer postfranquismo: la purga en la familia, la purga en el trabajo, la purga en el bar y la purga en la casa de putas habitual. Me gusta también es imagen de "despreciables confidencias" que se hacen en los bares, cuando se quiere disfrutar de la vida y da igual déficit zapateril o rajoyesco. Esa purga que hacen los crápulas persiguiendo a Jesucristo y a Judas, a los dos a la vez. Me gusta como refleja el problema de la conciencia, o de la falta de ella, y de los remordimientos, y de ese "pensamiento de saldo" que dice el autor. Me gusta como trata el tema del rebaño, del grito kaleborrokístico, de ese "alzamiento bíblico de brazos al cielo" que hacía el personal quemando contenedores, autobuses, cajeros automáticos y lo que hiciera falta. Y que esa tragedia, sea gaviotil o cutresocialista o hitleriana/abertzale (o como se diga) sigue siendo una tragedia. Y me gusta, ahora recordando al hombre de la camisa verde y al primo, a aquellos que les asquea su propia vida, a aquellos que se quejan de su mierda pero son incapaces de bajar a la tienda a comprar papel higiénico, esos mismos lloricas que pinchan a su madre con un cuchillo por unos euros para ir por alpiste en polvo y luego lloran como mierdas en los tanatorios, esos mamarrachos de quinario de virgen blanca o de colores que no deberían nacer nacer nunca. También son reconocibles los estados de ánimo, aquellos que van de la tortura a la felicidad en un intermedio de Sálvame o entre greguería y greguería del gran Gómez de la Serna bajo de ánimo tras la muerte de Edgar Neville (¿o era al revés?. Bueno, lo que sea. El enredo continuo también es tema de Las pirañas. La cronología del enredo es universal, como la del gintonic, la rueda, el fuego o el tratamiento del sílex. Ese apellido lo pones tú, sólo si quieres. Pero en ese enredo, en ese continuo ajuste de cuentas, en esa jodienda con vistas a la bahía, al final siempre hay alguien con el cuchillo en la boca esperando a la puerta del bar, o de la oficina del banco, o esperándote para cobrar las minutas a la hora de los churros tras un sábado de farra. Que por nadie pase. Demasiado peligro. Pues lo dicho, que le volveré a meter mano a Las pirañas. Y volveré a disfrutar que para algo está el desempleo casi total e inflarme a michirones.

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