jueves, 3 de enero de 2013

Homeland. Segunda temporada.

Termina la segunda temporada de Homeland y te quedas con desencanto. Y, sobre todo, con desconfianza. Mucha desconfianza. No te puedes fiar de nadie. De nada. Ni del vecino, ni, por supuesto, del político. No sé como será la matriz israelí de donde salió Homeland. Pero vaya tela. Sí, sí, vaya tela. Es una temporada de errores rectificados, de familias destrozadas, de señores mayores que no van de señores mayores, de malos con remordimientos, de bridas en las muñecas, de colegios de niños que son orgullo de papá y mamá y a la vez vergüenza de papá y mamá y de toda la familia, de analistas que no son analistas, de bombas que aparecen y desaparecen. Pero sobre todo, de unos personajes, de una Carrie que desconcierta y de un Brody que no sabes por donde va a salir. Siempre recuerdo la frase utilizada por Federico Volpini para definir a los Rolling Stones: “el diablo es un agente doble al servicio de la Providencia”. En la CIA ya eso se multiplica por no sé cuántos a la enésima potencia. Finales inesperados, o tal vez no. Simplemente amargos.

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